Los carros del circo paran y se agrupan, la caravana de ilusión y expectación se asienta, muy provisionalmente, en el lugar de costumbre donde todos los habitantes del pueblo esperan que se levante la carpa, suene la música y comience el espectáculo.

Tras los vistosos colores de las ropas, el maquillaje de los payasos, el deslumbre de las lentejuelas, las curiosas singularidades y rarezas, tras los personajes que saltan a la pista, suben a las cuerdas y trapecios, se esconden las personas que les dan vida. Muchas veces sus vidas son contrarias a lo que se ven obligados a escenificar. La incertidumbre, se vuelve seguridad plena. La risa, esconde la sobria seriedad. Lo salvaje, se construye sobre los más humanos sentimientos. La igualdad suprema, esconde el empeño de ser diferentes. El futuro, se adivina sobre el temor al porvenir. Los rasgos más masculinos, ocultan la más absoluta feminidad y la expresión de la fuerza, esconde la debilidad.

El circo detiene su caravana por un tiempo en cada sitio. El tiempo pasa inexorablemente, sin poder detenerse, acercando la precipitación de los acontecimientos, del desarrollo vital de cada uno de nosotros, del circo y de su representación. El reloj no se para, y en su transcurrir, todo sucede sin que nos demos cuenta de ello. La concatenación de acontecimientos acaba con el comienzo de la función circense que anuncia la próxima puesta en marcha de la caravana del circo... de la caravana de la vida.